La noción de populismo económico
es muy conocida en América Latina. El artículo de Adolfo Canitrot fue pionero
en análisis del fenómeno en Argentina. Otra contribución influyente es el libro
editado por Rudi Dornbusch y Sebastián Edwards. No creo que todos los episodios
históricos a los que Canitrot, Dornbusch y Edwards se refieren deban considerase
populistas. Existen matices importantes que los distinguen y que demandan
diferentes etiquetas. Pero no es esto lo que quiero discutir en estas líneas. Para
ahorrar discusiones semánticas y siguiendo la tradición de estos autores,
permítanme definir populista a la política económica que —en aras de mejorar
las condiciones de vida de los más humildes— genera y luego exacerba
inconsistencias que eventualmente derivan en una eclosión del esquema
implementado. A riesgo de simplificar excesivamente, tomo como política
económica populista a aquella que —vía un alza excesiva del salario real y del gasto
público— provoca un exceso de demanda generalizado que deriva en presiones
inflacionarias y tensiones en las cuentas externas. La intervención populista
no termina allí. La noción de que el nivel de salario real conseguido es
moralmente justo y que su mantenimiento depende esencialmente de voluntad
política lleva a las autoridades a intentar corregir los síntomas emergentes —aceleración
inflacionaria y escasez de dólares— con controles. Se congelan los precios en
las góndolas, se prohíbe la compra de divisas extranjeras al precio oficial y
se obliga a exportadores e inversores a desprenderse de sus divisas a dicho
precio.
Por muy justa que sea y por más
voluntad que se le ponga, una medida de política no necesariamente es eficaz en
cumplir su objetivo. La eficacia de una medida depende del apego a un principio
básico: ésta debe ser capaz de inducir a los agentes a tomar decisiones en la
dirección deseada por las autoridades. Ninguna política es efectiva si descansa
sobre la premisa que el objetivo perseguido se logrará mediante decisiones que
son perjudiciales para quienes las toman.
En el caso populista, la
imposición de controles equivale a pedirles a productores y exportadores que
vendan a precios que les generan muy baja rentabilidad o incluso pérdidas. Equivale
también a forzar a la parálisis a quien requiere divisas para realizar su
actividad y no accede al mercado oficial de cambios. No es difícil advertir que
en estas circunstancias los agentes afectados tienen incentivos a retirarse del
mercado. ¿Para qué realizar una transacción en la que pierdo plata? Los
controles entonces terminan debilitando o destruyendo los mercados existentes y
fomentando la creación de otros: los mercados negros. La mayor incertidumbre generada
por las decisiones discrecionales y la precariedad institucional de los
mercados negros afectan la capacidad de planeamiento y el desarrollo de las
transacciones, afectando negativamente el nivel de actividad y empleo. Es por
eso que los episodios populistas derivan en un comportamiento cíclico: luego del
impulso expansivo inicial, la economía entra en una fase estanflacionaria. El desenlace
depende crucialmente de la intensidad del desalineamiento de los precios
relativos y de los márgenes de maniobras con que cuentan las autoridades para
corregirlos. Por ejemplo: de la brecha entre el precio oficial y paralelo del
dólar y, por otro lado, del nivel de reservas internacionales del banco central
y el stock de activos domésticos que “involuntariamente” ha acumulado el sector
privado durante el período de control. En la mayor parte de los casos
latinoamericanos estudiados, la resolución de los desequilibrios tomó una forma
traumática, con una fuerte suba del precio oficial del dólar, aceleración
inflacionaria y fuertes caídas del salario real, nivel de actividad y empleo.
Toda asociación de lo hasta aquí
discutido con la actual situación económica en Argentina no es casualidad. En
mi evaluación, la política económica de la actual administración ha seguido —especialmente
desde la victoria electoral de octubre de 2011— una ruta cada vez más parecida
a lo que describí como populista. ¿Como seguirá esta experiencia populista?
Empecemos por el mercado de
bienes. A pesar de algunas noticias aisladas, el reciente congelamiento de
precios no pareciera haber ocasionado dificultades en el abastecimiento de
productos en las góndolas. Esto puede deberse a que todavía es muy prematuro
para notarse o que los controles no son tan férreos como se busca. De cualquier
modo, me cuesta imaginar que se generalicen mercados negros de bienes. En
primer lugar, el alto grado de concentración en la comercialización de
productos facilita la capacidad de control y también la posibilidad de
encontrar acuerdos que eviten desabastecimientos. En segundo lugar, es difícil
imaginar que la eficiente cadena de comercialización que se ha ido construyendo a lo largo de varias décadas pueda ser rápidamente sustituida por otras redes. ¿Si
los poderosos supermercados no logran “convencer” a sus proveedores sobre las nuevas
condiciones de precios, en qué bocas alternativas colocarán éstos sus
productos? Tercero, sería realmente suicida que el gobierno no modifique el
rumbo si el riesgo es acrecentar el malhumor social con problemas de
desabastecimiento. Por último, las experiencias populistas del pasado han
mostrado que los problemas de desabastecimiento en los mercados de bienes
surgen en el estadío final del ciclo populista, una vez que las tensiones en el
mercado de cambios han alcanzado niveles críticos. Pasemos entonces al análisis
de este mercado.
Las experiencia argentina
reciente, la venezolana con Chávez y otras del pasado muestran que la brecha
entre el valor oficial y el paralelo tiende a incrementarse en el tiempo. La
incertidumbre generada por los controles sesga las decisiones de cartera del
sector privado a favor del activo percibido como seguro (el dólar). Cabe
esperar entonces que, de mantenerse y/o intensificarse los controles, la brecha siga
ensanchándose. Con una brecha creciente, los incentivos en el mercado oficial se
orientarán a reducir la oferta y a aumentar la demanda de dólares. No
sorprendería entonces que se multipliquen las prácticas de postergación (y/o subfacturación) de
exportaciones y anticipación (y/o sobrefacturación) de importaciones para fugar
divisas. Algo de esto se observa en el crecimiento de los silo bolsa con soja. La
proliferación de estas estrategias retroalimentaría el ensanchamiento de la
brecha y exacerbaría el exceso de demanda en el mercado oficial y la caída de
reservas.
Por otro lado, el gobierno viene
manteniendo una tasa de depreciación nominal inferior a la inflación de precios
y salarios. Esta estrategia ha operado como principal ancla nominal en la política
anti-inflacionaria del gobierno y es la razón por la que se implementó el cepo como
mecanismo de racionamiento en el mercado cambiario. Si continúa, el tipo de
cambio real seguirá apreciándose. Esto tendrá un efecto negativo sobre la
rentabilidad, el nivel de actividad y el empleo de las actividades transables,
contribuyendo al deterioro de la balanza comercial y de las reservas del Banco
Central.
Estas posibles dinámicas
sugieren que el mantenimiento de los controles tenderá a reducir el flujo de
dólares al mercado oficial de cambios tanto por cuenta capital como por cuenta
corriente. Las reservas del banco central —que vienen cayendo desde mayo de
2012— lo seguirán haciendo. ¿Podrá escapar su destino de crisis de balance de
pagos este experimento populista?
La situación actual no es
apremiante. El banco central cuenta con un stock de reservas significativo y si logra hacerse de las divisas de la
campaña agrícola sumará un importante flujo adicional. Los obligaciones
externas para este año, por otra parte, son manejables y la propia dinámica macroeconómica
discutida arriba operará en el sentido de reducir la demanda de importaciones
vía menor nivel de actividad. La iniciativa y poder político de la Presidente
son todavía altos. Todo esto contribuye a que la coyuntura económica sea aún
manejable. Pero lo valiente no quita lo cortés: a pesar de su relativa robustez,
la economía argentina transita una dinámica insostenible y potencialmente
explosiva. La pregunta clave es cómo se sale de esta dinámica, que equivale a
preguntarse cómo se corrigen los desequilibrios e inconsistencias en curso.
Elaborar sobre estas cuestiones
excede el objetivo de esta nota y requiere además un sesudo análisis colectivo.
Pero quiero cerrar con un elemento que será clave en el diseño del esquema de
políticas que se implementará para revertir los desequilibrios y que encuentro
especialmente preocupante: la corrección del tipo de cambio y el
desmantelamiento del cepo cambiario.
La introducción del cepo forzó
al sector privado —especialmente a aquellos que operan en blanco— a acumular involuntariamente
activos en moneda doméstica. Los depósitos a plazo fijo en pesos, por ejemplo,
aumentaron más de un 50% desde entonces. Sigamos por un momento la sugerencia
de Eduardo Levy Yeyati de mirarnos en el espejo bolivariano e imaginemos que larelativa robustez de la economía argentina prolonga por unos cuantos meses más
(¿10? ¿20? ¿30?) el programa populista, al costo de exacerbar los
desequilibrios. Si las dinámicas descriptas siguen su curso, el gobierno (este
u otro) tendrá en algún momento que corregir el tipo de cambio oficial y
levantar el cepo. En ese momento, el tipo de cambio real oficial estará igual o (muy probablemente) más atrasado que
ahora y el tipo de cambio real blue
estará igual o (casi con certeza) más alto que ahora. Las autoridades buscarán que
la corrección lleve al tipo de cambio nominal
a un nivel compatible con el real de “equilibrio”. Dado el nivel de precios previo a la
corrección, eso implicaría un nivel de tipo de cambio nominal entre el oficial y el blue, más
cerca del primero que del segundo. ¿Cómo reaccionaría el mercado cambiario si
el gobierna decidiera corregir el nivel del tipo de cambio levantando el cepo o
desdoblando el mercado?
Presiento que en tal escenario
la demanda de dinero se contraería fuertemente. Todos aquellos que se vieron
forzados a “pesificar”
involuntariamente sus portafolios intentarían revertir la composición y “dolarizarlos”. En un contexto de incertidumbre y temor a que se produzca un efecto
“puerta 12”, es muy probable una sobre-reacción en el intento de dolarizar los
portafolios del sector privado. Será crucial que ante tal evento el Banco
Central cuente con un stock de reservas relevante para satisfacer la demanda
privada de dólares. Dudo que lo tenga. Desde que se implementó el cepo
cambiario, la relación entre el M3 privado y las reservas internacionales netas de
depósitos en cuenta corriente en dólares en el BCRA se elevó de un tipo de
cambio implícito (o sombra) de alrededor de $/U$9
a $/U$21. De continuar las tendencias discutidas
arriba, ese ratio será todavía más alto. El gobierno perderá muchas reservas
durante esta pulseada. La combinación de caída de reservas y suba del tipo de
cambio nominal estimulará la corrida contra las reservas. En otras palabras,
habrá un ataque especulativo a la
Krugman (1979).
Dos problemas adicionales.
Primero, los precios domésticos —sobre todo si los han controlado
excesivamente— seguirán el alza del tipo de cambio nominal. Esto dificultaría
la buscada corrección del tipo de cambio real. Si la carrera dólar-precios no
se contiene rápidamente, la dinámica puede derivar en una fuerte aceleración
inflacionaria. En algunas latitudes, llaman a este fenómeno hiperinflación.
Segundo, ante la posibilidad de una burbuja cambiaria y de un episodio
hiperinflacionario, el gobierno podría optar por dejar que las tasas de interés
domésticas hagan el trabajo sucio de contener o suavizar la caída de la demanda
de dinero. Para ello las tasas de interés deberán elevarse mucho. Con un
sistema bancario que tiene una porción importante de sus créditos a tasa fija,
este tipo de ajuste podría someter a los bancos a una situación de estrés y
potencialmente desembocar en una mini crisis financiera.
Bottom line: la economía
argentina transita una dinámica insostenible y potencialmente explosiva. La
prolongación y el consecuente empeoramiento de las inconsistencias elevan la
probabilidad de que su corrección sea traumática. No es descartable que ésta derive
en crisis cambiaria, brusca aceleración de la inflación y dificultades en el
sistema financiero. Tal escenario, por improbable que sea, demanda que las
autoridades revean la estrategia macroeconómica en curso y empiecen a corregir
los desequilibrios. ¿Lo harán?
Me pasa algo que no me pasa en general, y es que cuando te leo comparto casi el 100% de lo que escribís. Discrepo en un algo así como un 1%, en lo relativo a la posibilidad (y especialmente las causas) de minicrisis financiera. El descalce de tasas no me parece que sea un problema tan importante en argentina, porque el crédito no sólo es bajo sino también de muy corto plazo. A largo plazo a tasa fija, a pesar de las líneas tipo Bicentenario o créditos para la inversión productiva, hay poco. Sin duda habrá ahí un impacto pero no creo que sea ni el único ni el más importante. Tendrías antes una corrida de depósitos (contracara de la dolarización) y su impacto en la liquidez, que por suerte parte de un nivel super alto. Segundo, el descalce de monedas, que por suerte tiene hoy a los bancos levemente largos en dólares (y a diferencia de la convertibilidad le prestás sólo a los que tienen capacidad de repago en dólares). Tercero, la exposición de los bancos al sector público, que seguramente, en ese contexto, el valor de los títulos públicos se haga bolsa (esto me parece que podría ser el golpe más doloroso). Quizás recién después pondría lo del descalce de tasas de interés. Y respecto a esto hay algo interesante. En algunas experiencias de estabilización hubo dos complicaciones. Una, la que mencionas, para estabilizar hace falta una suba de tasas, y si los descalces son importantes podes tener problemas. Y otro es que, si la estabilización fuera exitosa, igualmente podes tener problemas, dado que el sistema financiero puede luego bajar las tasas nominales activas pero es difícil bajar nominalmente, en igual magnitud, las pasivas, porque los depósitos a la vista se remuneran a tasa cero (y no pueden descender). Esto en algunos casos generó problemas. Se reducen los spreads y los bancos tienen que readecuar su negocio o podrían empezar a perder plata.
ResponderBorrarEn definitiva, a pesar de todo me da la impresión de que el sistema financiero sigue siendo relativamente robusto. La pregunta sería, seguirá siéndolo en el momento en el que la macro se corrija o pasará como con los superávits gemelos o el alto nivel de reservas internacionales?
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